Secuela de Saw (2004) en la que el psicópata prepara una trampa encerrando a ocho personas en una casa mientras hay un policía que lo quiere atrapar en Buffalo. El film respeta las claves del original (el sadismo de las torturas, la crueldad las muertes, el ritmo vehemente en todo momento, los giros constantes de la trama y vueltas de tuerca del guión). Pero resultan muy molestos los recursos visuales de video clip del debutante Darren Lynn Bousman (el montaje histérico, la cámara balbuceante y los flashbacks decorativos), aunque hay que reconocer que son acordes a la desmesura del producto. Agrega eso sí un papel más importante del asesino, que muestra la cara desde el comienzo y lanza frases ingeniosas, y una especie de reflexión moral y filosófica sobre la naturaleza humana (más mencionada que desarrollada). Porque a fin de cuentas lo que cuenta en estos films es la virulencia de los asesinatos y la presencia de algunas sorpresas en el camino. Y allí cumple con creces. Lo mejor son los últimos treinta minutos en los que se dan la mano el humor negro y la violencia extrema. A partir de la escena de la chica que mete la mano en la trampa, de la música que se torna insoportable, de la original conexión con la historia de la primera parte y de la escena que se arranca la piel del bolsillo la película asume los excesos sin problemas. Las dos entregas de Saw tal vez sea el binomio más exitoso que ha dado el cine de terror americano en los últimos años. Y seguramente marcará el inicio de una nueva franquicia.