Drama en el que un proxeneta americano maneja un burdel en Singapur a comienzos de la década de 1970. Luego de tres fracasos consecutivos en la taquilla, Bogdanovich se muda a Singapur y vuelve a hacer un film para Roger Corman. Bien por él. Trata de encontrar algo de aire nuevo en el retrato de un personaje ambiguo y en la impresionante fotografía de Robby Müller (operador habitual de Wim Wenders). Si bien el personaje es mucho más atractivo que la historia en sí, se pueden ver apuntes sobre la política de Estados Unidos en la guerra de Vietnam y el compromiso personal ante la gran industria.
Bogdanovich (con la ayuda del propio Paul Theroux en la adaptación) reestructura la novela para darle linealidad a la trama y alargar el vínculo del protagonista con el visitante inglés de Hong Kong. No es un cambio que afecte mucho a la historia, pese a que podría generar una alteración del punto de vista, pero sí le sirve para hacer un retrato de personaje más profundo dentro de los márgenes de la imagen realista del cine. A decir verdad, no debe haber actor más idóneo que Ben Gazzara para interpretar a Jack Flowers. La forma en que saluda a un comerciante en el aeropuerto golpeando la vidriera, en que se encuentra con tres soldados americanos en la calle (“Yankees, go home!”) o en que se pasea por las calles, bares y hoteles de Singapur, con sus camisas floreadas, es capaz por sí sola de hacer un retrato tanto del personaje como del ambiente en que se maneja. La película se extiende por casi dos horas, pero no se hace larga porque no depende del argumento para salir adelante. El propio Bogdanovich interpreta a un misterioso personaje que sobre el final le encarga el chantaje de un político americano de paseo por Singapur. La resolución es una declaración de principios de Bogdanovich, que finalmente se convierte en el director maldito a su pesar que siempre quiso ser.