Comedia dramática en la que un estudiante de secundaria se enamora de una maestra en una escuela privada de Texas. La segunda comedia de Wes Anderson enfrenta de forma mucho más directa las contradicciones del amor. La película gira sobre un triángulo amoroso entre un estudiante de 15 años, una maestra jardinera y un empresario venido a menos. Si hay algo que maneja bien Anderson es el ritmo vertiginoso de cada escena, a partir de la mágica fusión con las canciones. La banda sonora recorre temas de pura improvisación jazzera, clásicos del rock de los Rolling Stones y The Who y propuestas más alternativas. El film es una rara mezcla del romanticismo de la nouvelle vague (Truffaut) y de la pintura arquitectónica de Kubrick que puede resultar un poco chocante a primera vista, pero no carente de gracia. El dilema del protagonista conecta, desde un envoltorio más liviano, con la pregunta lanzada por Schrader y Scorsese en Taxi Driver (1976) sobre qué hacer con el tiempo. En la resolución (aparte de la maestría del detalle de cómo fundir y pegar un poster porno), la cámara quiere alejarse y dejar disfrutar a los personajes. La película demuestra que lo bittersweet puede funcionar como el más adictivo de los estimulantes.