Cuento de terror en el que un hombre lobo acosa el norte de España en 1851. Inspirado en un supuesto caso real. Este acercamiento al viejo tema de la licantropía tiene la variante de que el lobo sólo ocasionalmente se transforma en hombre (y no al revés). El film mantiene la ambigüedad en todo momento (no vemos los asesinatos) y, desde el punto de vista folclórico e histórico, recuerda un poco a Nazareno Cruz y el lobo (1975). Pero choca contra el insufrible Julian Sands en el papel protagónico, que no es mal actor o poco inquietante, sino que es ajeno a toda clase de empatía. Además, los constantes cambios del punto de vista del relato dejan a los personajes algo desdibujados y Plaza es incapaz de disimular los golpes del guión (el arete lo delata). Eso sí la transformación de lobo a hombre es original (parece un nacimiento) y el poder visual de la iluminación, los encuadres y la reconstrucción de época es inobjetable. Sin embargo el film queda a mitad de camino de esa reconstrucción histórica, del clásico producto de género de terror y de la tímida historia de amor. Nunca logra ahondar en la relación entre la animalidad, el hombre y el diablo. Como mitos presentes podemos mencionar las balas de plata y el noveno hijo varón, no así la luna llena o la uniceja. Plaza es un director con sobriedad visual y talento expositivo que todavía no puede conectar con los personajes.