Cuento de ciencia ficción en el que un equipo americano de un violento deporte extremo que va a competir a Rusia en 2005. Remake de Rollerball (1975). Más que remake, el film es una actualización o modernización del concepto. Lo que pierde en parsimonia y solemnidad lo gana en ritmo y en estilismos. Como película de acción no es muy enfática (una rareza en estos tiempos): cada plano dura escasos segundos porque más no merece y la ausencia de planos fijos quita relevancia a los movimientos de cámara. Tampoco se preocupa mucho en aportar datos de fechas, lugares o carteles. Hay que sumergirse en los profundo de las imágenes para encontrar planos “importantes”. Pero igualmente los hay, por ejemplo, esa imagen del protagonista solo y arrodillado en las calles de San Francisco al principio. La persecución en la frontera rusa con cámara de visión nocturna y el montaje fragmentado del clímax recuerda a L’argent (1983), aunque nadie se haya enterado. En comparación con la versión de 1975, en aquel momento la ciencia ficción estaba marcada por un pesimismo y un existencialismo que se traducía en una reflexión sobre la violencia. Aquí nada de ello está presente. John McTiernan incluye homenajes a dos de sus directores favoritos: Stanley Kubrick, la escena del hospital de A Clockwork Orange (1971), la última frase de Eyes Wide Shut (1999) y Paul Verhoeven, el vestuario mixto de Starship Troopers (1997), los noticieros y avisos comerciales de sus películas de ciencia ficción. El problema de McTiernan es que no es un director con una agenda de temas. A lo sumo reflexiona sobre los mecanismos del cine para contar historias. Y nunca sabemos qué del corte final fue su idea y qué una imposición del estudio. Ahora que perdió el idilio con la taquilla queda esperar mejores trabajos hasta que los estudios lo banquen o empiece a rodar en Europa.