Comedia dramática en la que una cantante de rock de Los Angeles regresa a su pueblo de Indiana para cuidar de su hija que intentó suicidarse. Jonathan Demme regresa a los primeros planos con un crowd pleaser medianamente inteligente protagonizado por Meryl Streep. Cada tanto tiene que lidiar con los contraplanos descalificadores de aprobación o reprobación, movie montages de paso del tiempo y rancios estereotipos de personajes secundarios cortesía del guión de Diablo Cody. Pero los resuelve con un mínimo de dignidad. Hollywood siempre se siente cómodo presentando al rock como sinónimo de rebeldía ante el orden establecido. Demme continúa demostrando su afición por la música y la diversidad racial en el retrato de familias y grupos, aunque en este caso sean características meramente ilustrativas. Cuanta con el apoyo de Kevin Kline como el ex marido de la protagonista. La escena en que ella decide ir a la boda de su hijo se resuelve mediante una larga representación musical en el bar donde habitualmente toca con su banda. El final no ofrece sorpresas. La protagonista no pierde la oportunidad de ser el centro de la escena durante el brindis de la boda y las miradas reprobatorias del principio se convierten en un multitudinario baile celebratorio.