Drama en el que un hombre vuelve a Liverpool en 2011 para vengar la muerte de su esposa en manos de un duque. Adaptación de la obra teatral de Thomas Middleton (1605), atribuída a Shakespeare mucho tiempo. Alex Cox parece un director que sigue las modas del momento, pero en el fondo mantiene el espíritu rebelde y una absoluta independencia. Esta vez el subgénero de las modernas adaptaciones de clásicos está llevado al límite: la prosa original en ambiente futurista. Ni los actores se creen los diálogos que recitan y los momentos de solemnidad, insostenibles. Pero salvan al producto la interpretación de Christopher Eccleston, tal vez el mejor actor inglés de su generación, el espíritu camp kitsch en el retrato de la aristocracia decadente y el baño de sangre en la resolución acompañado de la repetición de la palabra revenge. El retrato del futuro sólo sirve de telón de fondo: ligeramente apocalíptico, agobio tecnológico, tatuajes y piercings como arte refinado. Se cruzan nociones provenientes del siglo XVII como la virtud y el honor que dan al film un toque anacrónico. Lástima que no profundiza en el humor absurdo de la familia de freaks, la comedia grotesca en el flashback que escupen sangre y las irrupciones de excentricidad. Cox cada vez más lejos de Hollywood, si es que alguna vez lo estuvo, se suma a cierta movida indie británica todavía muy difícil de catalogar.