Quinta parte de Resident Evil (2002) en la que Alice despierta en una prisión utilizada como base de simulacros contra la epidemia zombi en Siberia. Paul W.S. Anderson continúa remodelando su criatura. Cada vez afila mejor la relación entre las pretensiones y los resultados para convertir al film en un estimulante ejercicio de estilo. Ya sea por la presencia magnética de Milla Jovovich, por el montaje mucho más preciso y conciso, por los excesos controlados de ralentíes en las secuencias de acción, por la puesta en escena limpia y transparente, por la propuesta antinarrativa de simulacro, hasta por cierta idea de realismo abstracto o por la libertad con que recurre a citas cinéfilas, Anderson se convierte en uno de los pocos estilistas del cine fantástico contemporáneo. Incluso la secuencia en la que dos gigantes atacan a la protagonista está resuelta con efectos especiales artesanales y recuerda Escape from New York (1981) de John Carpenter. Después no pidamos coherencia en el guión y la historia o profundidad en los diálogos y personajes. El placer es puramente sensorial. De a poco Anderson ha encaminado su obra hacia un terreno más trash pero disfrutable.