Cuarta parte de Resident Evil (2002) en la que Alice encuentra un grupo de sobrevivientes de la epidemia zombi en una prisión de Los Angeles. Paul W.S. Anderson vuelve a su criatura luego de arruinar dos sagas de ciencia ficción y un film de culto de la década de 1970 con sus nuevas versiones. Esta vez el resultado se ubica en el más puro terreno trash. Lo que no está mal (Uwe Boll y David DeCoteau no están lejos). Es que la incorporación del formato 3-D, el uso y abuso del ralentí y la fotografía bullet-time, los diálogos de desagüe cloacal, las gafas negras del ¿villano? y los no actores haciendo de actores no pueden más que remitir al cine exploitation más burdo y berreta. Parece que hoy en día 50 millones de dólares de presupuesto no son suficientes para escenificar las pocas ideas visuales atractivas que el guión tiene: el escape en vehículo de la prisión rodeada de zombis, el arribo a un pueblo de Alaska refugio de la civilización, la llegada de un barco abandonado en el medio del bar. Pero al menos los personajes están en constante movimiento, los zombis, pese a lo poco que aparecen, lucen amenazantes y el descaro estilístico resulta simpático. Y en dos años habrá un nuevo capítulo porque a la historia le faltan un par de vueltas de tuercas. Da la impresión de que cuando Anderson deje de escribir sus propios guiones y se dedique solamente a la puesta en escena a volverá hacer películas como Event Horizon (1997) o Soldier (1998).