Secuela de Pusher (1996) en la que un delincuente sale de prisión y se entera que tiene un hijo en Copenhague. Luego de dos proyectos ambiciosos pero fallidos, Bleeder (1999) y Fear X (2003), Refn vuelve a la historia que lo dio a conocer con el foco puesto en otro personaje. Básicamente aplica los mismos recursos: la cámara al hombro, los ambientes sórdidos, el hiperrealismo alucinado, la violencia siempre a punto de estallar. Pero ya luce más como lo que verdaderamente es, una mera cáscara. Es que a fin de cuentas el film es otro relato de redención en el fondo moralista. Refn filma esta secuela como una versión danesa de Darren Aronofsky. Sin dudas tiene talento: las escenas de transición son tan o más crueles que las de acción, las actuaciones son encarnaciones inmediatas, el montaje da la sensación de fractura de la realidad, el color de la fotografía da un look estilizado y la música hace sus oportunas apariciones. Pero no deja de desprender cierta condescendencia hacia los personajes. Nicolas Winding Refn vuelve a un territorio conocido para tomar envión para futuros proyectos y pulir ciertas ambiciones.