Giallo en el que un pianista es testigo de un asesinato en un edificio y se pone a investigar por su cuenta en Roma. La irrupción del más puro horror, la violencia estilizada, las canciones de cuna, los niños perturbados y una casa abandonada indagan en el inconsciente del asesino. Domina en el film un aire de perversidad combinada con geniales ideas de guión (el reflejo en el espejo de la cara del asesino y la aparición sorpresiva del muñeco) y tres escenas de asesinato que superan todo canon de ortodoxia. Una obra maestra incuestionable.
Luego del suceso de la trilogía zoológica, Dario Argento se embarca en una película más ambiciosa que trata de tomar los méritos y las virtudes de sus primeros tres films y llevarlos a otro terreno. La presencia de David Hemmings como protagonista y algunas escenas con las calles vacías nos hacen recordar a Blowup (1966). Pero la trama policial sorprende por su transparencia. De hecho las pistas sobre la identidad del asesino están servidas en bandeja desde el principio de la película. Cierta inocencia narrativa se desprende de la construcción del relato (que refuerza el carácter infantil del asesino). Los pequeños detalles visuales en las secuencias de los asesinatos (breve zoom cuando la víctima cae en el primer asesinato, la boca del pájaro que se cierra, las letras en la navaja del asesino) expresan una tensión estética entre el realismo, el impresionismo y el surrealismo que bien puede aplicarse a todo el cine de Argento. Si bien el film ya entra a jugar con cierta dinámica del slasher, la original utilización de la música está lejos de ser sutil e incluso aparecen ciertos arrestos de videoclip, Argento redondea una de sus mejores películas. Porque entre tantos excesos logra unas atmósferas de suspense inmejorables. La película aprovecha la temporalidad larga del relato (con 126 minutos es su film más largo) y hace un gran uso de las locaciones urbanas (calles, departamentos, casas abandonadas, biblioteca, teatro, escuela). El lugar en que se ubica Argento siempre es peligroso. El punto de vista del relato salta de un personaje a otro, a veces remarca ciertos elementos alejados de toda lógica. Pero forma parte de su planteo. Argento explora la ambivalencia de la figura del testigo en el cine de terror. Al par habitual de víctima / asesino, suma un testigo que puede asumir indiferentemente el punto de vista de los dos. Por último, ciertas inversiones hawksianas en manejo de la comedia de parejas (la dinámica de la relación del pianista y la periodista) extrañamente no quedan fuera de lugar.