Drama en el que un periodista que junta material para un documental en África asume la identidad de un traficante de armas muerto y empieza a vagar por Europa buscando a sus contactos. El planteo del film es cercano a la aventura o al thriller de espionaje, pero el tratamiento de Antonioni no puede estar más lejos de estos géneros: nunca sabemos bien por qué el personaje hace lo que hace, tampoco hay sensación de peligro. Antonioni realiza una experimentación con las alternaciones temporales narrativas, incluye una breve lección de cine (la entrevista a el aldeano que cuestiona el lugar de la cámara) y compone uno de los planos secuencia más complejos y virtuosos de la historia del cine (cuando la cámara atraviesa la reja).
El protagonista se ubica en una situación óptica y sonora pura. Al asumir la identidad de un traficante de armas muerto en África y sin más guía que una agenda con citas en diferentes lugares de Europa inicia una fuga de su pasado sin tener idea de lo que le depara. Nuevamente aparece el tema de la fuga en Antonioni. Pero esta vez el personaje trata de escapar de su propio pasado y es su nueva identidad la que lo persigue. Por lo que la conjunción del aspecto mental y físico de la fuga se reúnen. En el principio del film, mientras escucha la grabación de la charla con el hombre del que luego tomará su identidad, Antonioni monta un par de planos de tal forma que da la ilusión de un desdoblamiento del personaje. Mientras mira hacia la ventana la cámara hace una panorámica hasta que la imagen deja de tomarlo y, sin cortar el plano, el protagonista vuelve a aparecer en el cuadro que antes pertenecía a su mirada. Este procedimiento va tener su correlato en la resolución del film, pero de una forma inversa. A través del plano secuencia que abandona la habitación donde está a punto de ser asesinado, la cámara adopta su punto de vista, pero al no aparecer del otro lado, gira sobre su propio eje y vuelve a encontrarlo, ahora ya sin vida, en la misma posición.
Si la película por momentos toma la estructura de los thrillers de espionaje, es claro que ese no es el principal interés de Antonioni. El escape del protagonista no lo lleva a ninguna parte y a medida que pasa el tiempo se siente cada vez más encerrado. La predominancia de los no – lugares: hoteles, aeropuertos, desiertos, pueblos vacíos, iglesias, plazas, museos, bares y restaurantes es total a lo largo del film. Visualmente Antonioni reconoció que trató ser más objetivo en el aspecto técnico y agregar otra dimensión a la realidad. Se observa entonces un mayor apego por la movilidad de la cámara y por las extrañas angulaciones. Lo que le permite arribar a soluciones visuales, hasta ahora ausentes en su obra, como la mirada al mar del protagonista desde el cielo en plano supino, la imagen de Maria Schneider mirando hacia atrás en el auto mientras los árboles del camino pasan a toda velocidad y el virtuoso plano secuencia final mencionado.