Comedia de terror en la que una chica se muda al hotel de su tía en Los Angeles donde ronda un asesino. Bartel no se queda en la simple premisa policial sino que hace un retrato de una joven reprimida y fascinada por el sexo, se mete en la intimidad y privacidad de las perversiones sexuales y juega con el voyeurismo y el exhibicionismo manteniendo el misterio de la identidad del asesino hasta el final con un perverso sentido del humor.
El film no suele considerarse como un referente del slasher, ni siquiera del psycho thriller por el tono que imprime Bartel, más interesado en la excentricidad de los personajes y sus extrañas prácticas sexuales. La curiosidad del relato pasa más por descubrir los secretos que esconde ese hotel semivacío que por la identidad del asesino o la violencia de los crímenes. Pero allí está una de las principales virtudes de la película, la capacidad para desviar la atención del espectador y su mirada para nada juzgante sobre esos rituales. También el giro del final va en contra de las directrices del slasher. Pero varios elementos están allí: la joven heroína, el asesinato con armas cortante y el vínculo afectivo del asesino con sus víctimas, aunque todavía le falten la máscara del asesino y las tomas subjetivas. Destacar la ambientación en un edificio antiguo, la fotografía de Andrew Davis que aprovecha las luces de colores y la música constante y levemente irónica de Hugo Friedhofer.