Historia de amor de un príncipe desterrado por su padre y una princesa del reino Mapache en el Japón medieval. Suzuki acentúa aún más la extravagancia visual, la artificialidad de la historia y el sentido del humor absurdo de su anterior trabajo, Pistol Opera (2001). El film por momentos parece un musical anacrónico, una fábula fantástica o una comedia grotesca. Sólo se sostiene por el inacabable despliegue visual. Ya que la historia de amor es sencillamente estúpida, los personajes resultan molestos y reiterativos, la música y las coreografías no son nada del otro mundo y los últimos 30 minutos se hacen insostenibles. En ese sentido el film es una gran decepción y en cierta forma recuerda al ejercicio de Eric Rohmer con Perceval le Gallois (1978), ya que irrita y fascina a la vez. El problema es que cuando el distanciamiento se convierte capricho, no hay vuelta atrás. Sólo el colorido y la belleza de algunas imágenes o el desparpajo en la utilización de los efectos visuales pueden llamar la atención. Por si alguien le quedaba alguna duda, Suzuki en su último film deja claro que siempre hizo lo que quiso.