Cuento de terror en el que unos aspirantes a músicos se mudan a una casa en el campo de California para ensayar y empiezan a sufrir alucinaciones con los muertos. Alan Rudolph es más explícito que Craven y Hooper en la asociación germinal del horror adolescente y la muerte del ideal hippie, aunque su film también recurra a la experimentación con las drogas y el misticismo indígena. Si el escenario rural, campestre, el rock & roll, los personajes (jóvenes que niegan la realidad) y las innovaciones formales (música electrónica, cámara atada al protagonista) prometían, la película se queda en la simple curiosidad, el mero concepto y una ejecución a mitad de camino.