Drama en el que un escritor a punto de casarse se entera que tiene una hermana, abandona todo y se va a vivir con ella en Paris. Describir a la película como pretensiosa es poco decir. Narra una historia de amor e incesto, muestra la realidad de los bajos fondos, tiene escenas de sexo explícito y gira sobre los problemas de la creación artística. Semejante propuesta tal vez sea demasiado para estos tiempos acostumbrados al confort tecnológico. Pero es para destacar cómo Carax utiliza una trama casi folletinesca de melodrama gótico para realzar las posibilidades visuales del film. A partir de la naturaleza de las relaciones de los personajes, de la obsesión inexplicable del protagonista y del tono casi alucinado, todo está revestido por una constante sensación de rareza, extrañamiento y locura. Así las imágenes de Paris son casi de ciencia ficción, los travellings de todo tipo que siguen al protagonista y el edificio abandonado que sirve de morada al protagonista forman un deslumbrante marco para todo tipo de excesos. En la segunda mitad, cuando su prometida se muda al edificio con ellos, la historia de amor de los hermanos pierde consistencia y el primo se transforma en un villano de pacotilla, el film carece de la poca coherencia que hasta allí exhibía. La película tal vez sea un ejercicio algo indulgente, pero recupera algunas sensaciones perdidas en el cine como la del extrañamiento y el descubrimiento.