Aventura de ciencia ficción en la que unos robots gigantes pilotados por dos humanos defienden a la Tierra de unas criaturas marinas gigantes en Hong Kong en el año 2020. Del Toro rinde homenaje al kaiju eiga japonés a ritmo de blockbuster del siglo XXI. Si este es el tipo de producto en el que precisamente no nos gusta ver al director de Cronos (1993) y El laberinto del Fauno (2006), al menos lo resuelve con profesionalidad y entusiasmo. Más allá de que los auténticos protagonistas del film son los robots y los monstruos realizados a partir de efectos especiales digitales, la película encuentra su ritmo particular y tiene un inconfundible espíritu de serie B (pese a su presupuesto de 180 millones de dólares). Principalmente hay que destacar que en las secuencias de acción todavía es posible distinguible lo que pasa. La secuencia en que el padre y el hijo encuentran un robot gigante destruido en la playa y el flashback que muestra a un niña japonesa a merced de un robot gigante en las calles desoladas de Tokio muestran la habilidad de Del Toro para el terror. Pero además, la descripción de la base de entrenamiento de los pilotos, la suficiencia hawksiana con que Del Toro filma los conflictos de los personajes en las escenas de “relleno”, el sentido del humor que aportan los personajes de los científicos y los cameos de Santiago Segura y Ron Perlman y la descripción de la ciudad de Hong Kong en estudio (algo de las películas de ciencia ficción de Paul Verhoeven se cuela en sus imágenes) hacen que el film no dependa sólo de las secuencias de acción. Pero como siempre en la obra americana de Del Toro, la resolución carece de la tensión, del nervio y del impacto que el resto del film tiene. Es como si gastara demasiadas energías en construir una espectacularidad que en el Hollywood de hoy ya está dada de antemano. Por lo que cuando debe que dar el toque final, su plan se queda sin efecto.