Historia de amor de un programador de videojuegos de Chicago y una escritora que vive en New York que se reencuentran durante un viaje de negocios de él. Swanberg trata de concentrar el núcleo dramático del film en dos personajes, una relación de amor y un puñado de escenas, pero ni así puede extraer algo del material. Porque visualmente ya sabemos que su cine es nulo, las actuaciones improvisadas necesitan un marco del que carece, los personajes se sumergen en la autoindulgencia, el balbuceo de los diálogos se traslada a la cámara y el conflicto no puede enmascarar su origen burgués. A estas alturas ya no sólo a Cassavetes extrañamos, sino a Maurice Pialat también. Ni siquiera una sesión de fotos que pone el acento en las imágenes, la captura de la cotidianidad más próxima o las escenas de sexo de pretensión realista logran elevar al producto. Swanberg es el director más viejo menor de 30 años. Sus films acusan una absoluta falta de riesgo y ambición artística.