Slasher en el que un minero asesino aterroriza a un pueblo de Nova Scotia, Canadá en las vísperas del día de San Valentín. Si bien pudiera ser un problema para el film reducir lo terrorífico a las apariciones del asesino, el resto de los conflictos y situaciones están resueltas con cierta distancia y fluidez que llamativamente se sostienen por sí mismas. Por lo que situar el clímax en una mina oscura y laberíntica donde se acumulan los mejores momentos apoyados en la simple y excelente música de Paul Zaza es un plus que pocos slashers han gozado. Los nueve asesinatos tienen predilección por el pico pero no son demasiado explícitos en la versión auto censurada que se estrenó en 1981.
De esta forma My Bloody Valentine se convierte en uno de los mejores exponentes de la fiebre de los slashers de principios de la década de 1980. Parte de la segunda camada de slashers que vino a partir del éxito de Friday the 13th (1980). El film trata de llevar la violencia a un nuevo nivel y sacar provecho de una ambientación atípica. Pero nada de esto hubiera sido posible sin algunas pequeñas modificaciones a la fórmula en el plano argumental. Por empezar los personajes son ligeramente mayores, empleados de una explotación minera, aún inmaduros, pero ya condenados y ligeramente resignados a vivir en un pequeño pueblo con pocas expectativas de futuro. De allí que el baile de San Valentín tenga una importancia que de otra manera no tendría. Por otro lado, el foco está puesto en los personajes masculinos, no en las chicas, como la mayoría de los slashers. La camaradería y rivalidad están oportunamente representadas en el triángulo amoroso que separa a dos de los compañeros de trabajo. Y, por último, el salto narrativo que da el film en su último tercio parte de una situación sino realista, al menos plausible. Con la intención de entretener a sus novias y amigas mostrándoles el lugar donde trabajan un pequeño grupo se mete en la mina vacía y es sorprendido por la serie de asesinatos. Es cierto que el énfasis está puesto más en la acción y la aventura que en el terror propiamente dicho, pero bien que es efectivo. El film sabe sacar provecho del escenario atípico, no como Terror Train (1980) que con su fiesta interminable arriba del tren terminaba agotando al espectador y a sus personajes.