Drama en el que un hijo cuida de su madre enferma en una casa de campo y la saca a pasear en Rusia. Es poco lo que se puede decir de la historia (o ausencia de ella), de las actuaciones de los dos únicos actores y del tema del amor materno filial cuando la fotografía tiene semejante belleza, experimentación e impacto. Las cualidades de la imagen, un lente deformado pero no desproporcionado, un foco alterado pero no distorsionado y unos planos fijos que parecen en movimiento, pocas veces han sido vistas en la historia del cine. La fotografía compone una especia de cuadros orgánicos. El plano general del bosque con el protagonista entre los árboles, por su nivel de detalle y diferencia de tamaños, lo ejemplifica a la perfección. Por otra parte, el film logra transmitir sensaciones y estados de ánimo a partir de la quietud y la contemplación. Ahora de las emociones, de los movimientos de los personajes y de la progresión de la historia mucho no podemos hablar. Cada escena del film puede ser montada en un orden indistinto. Al igual que con Russian Ark (2002), Sokurov logra sostener la atención gracias a la experimentación técnica y la originalidad formal, pero en este caso cuando debe profundizar los temas, se queda en generalidades o recurre a la tradición y a la religión. Igualmente Sokurov tal vez sea el último gran autor ruso.