Comedia de ciencia ficción en la que un científico encuentra la fórmula para la eterna juventud con la ayuda de un chimpancé de laboratorio en Los Angeles, pero quien la toma se comporta de forma cada vez más inmadura. Resulta más gracioso ver a Cary Grant adolescente manejando un auto y tirándose a la pileta de panza que como niño con la cara pintada jugando a los indios. Howard Hawks vuelve a la screwball comedy con una trama tan delirante como ligera que le permite reflexionar sobre el tema de la vejez y la regresión a la infancia. Al mismo tiempo que trata de corregir el problema del bajón de ritmo Bringing Up, Baby (1938). Ahora son tres secuencias en las que la película toma un ritmo vertiginoso cuando los personajes toman la fórmula y empiezan a comportarse de forma lunática. El problema es que ahora se enfrenta al inconveniente de la repetición por lo que la tercera vez tal vez ya no resulta tan divertida. Igualmente hay gags memorables en todo momento y una escena que demuestra que Hawks es el mejor director para sacar provecho de los animales. El chimpancé que mezcla los tubos de ensayo en el laboratorio resulta absolutamente fascinante.