Aventura en la que el capitán de un barco se obsesiona con cazar una ballena blanca en el Océano Atlántico en 1841. Aunque el clímax y los efectos especiales están bastante logrados (la cámara al hombro desde los botes y la furia incontenible de la ballena), la caracterización del capitán Ahab es sencillamente vergonzosa. Algo atribuible tanto a Gregory Peck (por aceptar el papel) como a John Huston (por ofrecérselo). El problema es que la literatura de aventura del siglo XIX genera en el lector una predisposición a la imaginación y a la fantasías que, cuando el cine trata de reproducirla, cae en el ridículo.