Cuento de terror en el que un camarógrafo es contratado para una jornada de rodaje de una película snuff en una casa a las afueras de Buenos Aires. Los hermanos Bogliano abandonan el slasher histérico y el thriller de violación y revancha. En este caso las actuaciones, el dibujo de personajes, la dosificación de la información e incluso los diálogos logran sostener al film. Como novedad, la mayoría de los personajes son hombres y las mujeres están reducidas a carne de explotación. Demuestran que pese al bajo presupuesto, son grandes captadores y recicladores de ideas visuales (la Split Screen de De Palma, un montaje disociador de tiempo y espacio cuando el protagonista recibe una seguidilla de golpes). Y, lo más importante, encuentran las potencias del off visual en la mejor secuencia del film: cuando el protagonista descubre que las muertes no son fingidas, el plano se queda con él mientras abandona el lente de la cámara que está operando. La secuencia es una nueva muestra de que no es necesario filmar la violencia para conseguir un impacto en el espectador. Es por eso que la carnicería de los últimos 20 minutos de la película cuando el camarógrafo se rebela y salva a la última actriz viva carece de todo efecto. El tema de las películas snuff ha sido tratado varias veces por el cine de terror, antes y después de la infame Snuff (1976). Si en este caso parecía adoptar una posición superadora, al final se autolimita.