Melodrama en el que un diplomático francés se obsesiona con una cantante que en realidad es un hombre en China en la década de 1960. Basado en un caso real. David Cronenberg utiliza apuntes complementarios como el arte y la cultura oriental, el choque racial, el espionaje y la política, sin desviar la atención de la mente del protagonista y evitando molestas subtramas como la relación matrimonial y el juicio en París. La puesta en escena se destaca por su habitual sobriedad dejando el impacto en las actuaciones, los diálogos y los comportamientos (y no en los efectismos) y por las omnipresentes simetrías de las composiciones del plano (en las que se pasean el rostro y las expresiones del siempre conflictuado Jeremy Irons). El gusto por la descripción de paisajes luminosos en la primera parte sirve como preludio de la oscuridad de la segunda parte. El horror en estado puro aparece en la resolución con la excelente charla entre los dos hombres y el impactante suicidio en prisión con la cara pintada.