Comedia dramática en la que un actor veterano y una joven recién casada se conocen en un hotel de Tokyo. Más allá de la simpleza de la historia y del tono distendido, Coppola captura la melancolía del estado de los protagonistas a partir de los bellos momentos compartidos. El film es un tributo a ese gran actor que es Bill Murray y una rendición ante la belleza nada artificial de Scarlett Johansson. El retrato de Tokyo, con sus edificios y luces, los video juegos dementes, los subtes y mangas, los monasterios y monjes, no genera admiración en los personajes, pero sí un profundo extrañamiento. Momentos como la salida al bar con karaoke, la visita al hospital por un dedo morado, la visión de La dolce vita (1960) en la habitación del hotel y la conversación en la cama se convierten en memorables sólo por el hecho de ser compartidos. Cuesta ver a Lost in Translation como una historia de amor (la escena final fue improvisada por Bill Murray), pero en el fondo eso es lo que es. El plano que abre el film de ella acostada (su ropa interior rosada adopta la forma de un corazón torcido) y el rostro de Scarlett Johansson cuando descubre la aventura de él desde afuera de la puerta confirman la sensibilidad de Sofia. El film es un bello poema sobre las diferencias y las igualdades de unas personas separadas por la edad pero unidas por una búsqueda.