Giallo americano en el que un asesino con la voz del Pato Donald mata mujeres en New York. A Fulci no le interesa la historia policial (el detective no hace nada). Nos conduce por un cuento de perversión sexual (cuyo móvil es una niña enferma) no atado a estructuras, sino simplemente armado de primeros planos y de secuencias de asesinatos. Las cuatro muertes (navaja en un auto, botella rota en la vagina, mujer acuchillada en el pasillo de un edificio y prostituta cortada con una hoja de afeitar) llevan la misoginia a su más alto nivel de expresión, recurren al gore en serio y están resueltos mediante torturantes montajes paralelos, tanto para quienes quieren ver como para quienes no quieren ver.
Si hay un tipo de película que se adapta al estilo de Lucio Fulci, ese es el film de asesinos seriales. Y si hay una ciudad que sirve de marco para sus composiciones visuales, esa es New York. Por lo que Lo squartatore di New York tal vez sea su obra maestra. La dinámica formal de agresivos planes detalles conectados por panorámicas o travellings es exactamente opuesta a la de Mario Bava, pero igual de efectiva. Cuando está inspirado Fulci es más perverso, desinhibido y surreal que Brian De Palma. Los espacios y los personajes desconectados de la ciudad son recortados por las violentas cuchilladas del asesino (hasta encontrar literalmente la piedra). La afición de Fulci por mostrar se multiplica hasta el infinito. Por momentos da la impresión de que en el film hay tantas películas como escenas. Cuando el novio de la víctima sobreviviente y el policía que investiga el caso se cruzan casualmente en el hospital parece que están en dos dimensiones paralelas. El rodaje de los exteriores en New York (pocas veces han lucido tan imponentes sus lugares menos turísticos, pasaje incluido por la calle 42) y de los interiores en estudio de Roma apenas se nota. Más allá de la referencia explícita a Un chien andalou (1929), la lógica del surrealismo es la que domina las imágenes. La inclusión de una pesadilla dentro de la continuidad de una escena de acoso y persecución que termina en una sala de cine abandonada resulta genial. El primer asesinato saca provecho de un espacio cerrado y pone énfasis en la condición de zurdo del asesino. El segundo aprovecha el contrate de los tonos verdes y rojos de la fotografía. El tercero rehace la secuencia del ascensor de Dressed to Kill (1980) y el cuarto se beneficia de unos impresionantes efectos especiales.