Cuento de terror y ciencia ficción en la que una nave espacial encuentra tres cuerpos extraterrestres en el espacio y los lleva a Londres. Después de un buen arranque (el encanto artesanal de las secuencias en el espacio, los efectos especiales de los cadáveres chupados, la escena del escape de la alienígena desnuda), el film se viene a pique en su última parte. Lifeforce es una película extraña, ambiciosa, por momentos confusa y, a fin de cuentas, fallida. Pero no carente de virtudes.
Después de su experiencia en el mainstream con The Funhouse (1981) y Poltergeist (1982), Hooper se perfilaba como un director requerido y establecido en la gran industria. Sin embargo, el giro que dio su carrera fue completamente inverso. Al aceptar un contrato de tres películas con el Cannon Group, Hooper regresó a la serie B (aunque todavía con presupuestos holgados) para nunca más volver a los principales estudios. En este caso hay que señalar que el material de origen, la novela The Space Vampires (1976) del escritor inglés Colin Wilson, bastante sugerente y original, no provee, sin embargo, un modelo ideal para la adaptación cinematográfica. Ya el título da la idea de una parodia o, en todo caso, de una comedia que juega con los arquetipos del género fantástico. Pero el enfoque de Wilson poco tiene que ver con estas intenciones. Más bien se propone un acercamiento especulativo a la figura del vampiro desde el punto de partida que todos los seres vivos tienen una característica vampírica (la absorción de energía). Hooper ya había mostrado en sus tres primeros films de terror una gran habilidad para filtrar un humor subterráneo. Pero en este caso lo que el material requería era una operación inversa. Es decir, partir de un material irreverente, casi delirante, y llevarlo hacia un terreno más serio y filosófico. No hay dudas de que es lo que intenta hacer, pero en el cine es mucho más difícil lograrlo que en la literatura. En el medio tiene que cumplir con los requisitos del espectáculo y de un presupuesto de 25 millones de dólares, el más abultado de toda su obra, que Cannon Group puso a su disposición con la esperanza de tener un éxito de taquilla. De allí que la puesta en escena de Hooper, tan oscura y barroca como siempre, por momentos funciona y por momentos no. Sólo queda en el recuerdo la presencia siempre inquietante del actor Steve Railsback, la apariencia de las víctimas de los vampiros muy similares a los zombis de The Return of the Living Dead (1985), la secuencia en el psiquiátrico (esos gritos en off visual) y la última imagen de la pareja suspendida en el aire de cierto aire a Tarkovski.