Drama en el que dos adolescentes escapan de una clínica psiquiátrica en Francia. No hay vampiros ni castillos, pero el esquema es el mismo de las películas de terror de Jean Rollin: inocencia en el retrato de los personajes, pero también en la forma de planificar, montar e iluminar sus imágenes, lo que no es tan fácil. Hay desnudos y escenas de sexo (pero quedan reservadas para el final) y la misma simpatía por los outsiders y marginados. La extrañeza de ese cabaret ambulante más que flotante, los escombros que decoran las escenas, esa Francia profunda, el pastis a 10 francos, el bar con las paredes y el techo bajo y la dueña que se pone a cantar. Más que nunca se refuerza la sensación con las películas de Rollin de estar viendo un serial o una película de clase de B de las décadas de 1930 o 1940. La expresividad de los primeros planos resalta los bellísimos personajes femeninos. Más allá de sus personalidades opuestas, las dos chicas son puras. Y hay una tercera igual de bella. Una de las joyas mejor escondidas de la obra de Rollin.