Historia de amor de una burguesa y un bohemio al que la salva del suicidio en un hotel de Dijon y se van a vivir juntos a Paris. A veces en las películas de Vadim los diálogos no están tan mal, los actores se defienden y el tema tiene cierto atractivo. Pero la forma es la misma: formato scope aplanador e intervenciones estilísticas que le quitan todo respiro a la historia. El principal problema que tiene es intentar ser moderno sin tener talento o permitirse la ironía. Así, ni siquiera puede calificar para la categoría de camp.
Vadim escapa a la opción más sensata de filmar la novela de Christiane Rochefort en blanco y negro y con formato cerrado. Opta por el color y el cinemascope, pero no es capaz de darle a esta decisión algún vuelo narrativo o estético. Las principales virtudes del film siguen estando en su material de origen. Sólo la prolongada escena de una fiesta puede nombrarse como el único aporte de Vadim, aunque en realidad proviene del éxito masivo y reciente de La dolce vita (1960).