Drama en el que un carpintero debe instruir al adolescente que mató a su hijo en un centro de rehabilitación en Seraing, Bélgica. Los Dardenne extreman los recursos estilísticos de Rosetta (1999), las cámaras al hombro, la proximidad de plano, la persecución del protagonista. Filman todo como una gran secuencia de suspenso. La intensidad de la propuesta se sostiene en la dosificación de la información y en la catarsis de la resolución. Aun las escenas en las que no pasa nada están cargadas afectivamente. Pero las trampas del guión y las facilistas elecciones de puesta en escena no se pueden ocultar por mucho tiempo. El film sacrifica todo en pos del “realismo”. El problema es que esconder la cámara, negar la transparencia y sostener la “objetividad” es un acto de cobardía artística e intelectual. Poca relevancia tienen entonces los personajes (esquemáticos, unidimensionales), las relaciones (compasión, aprendizaje) y los temas (el rencor, la culpa) cuando el enfoque es tan reduccionista. A fin de cuentas los Dardenne son incapaces de llegar al símbolo o la metáfora que tan pomposamente pronuncia el título. Pretenden darle una dimensión emocional y espiritual a su cine cuando en Rosetta la encontraron casi de casualidad.