Drama en el que la hija de unos misioneros regresa a Estados Unidos y va a vivir con su tío veterano de Vietnam que patrulla las calles buscando terroristas en Los Angeles dos años después de los atentados del 9/11. El cine de Wenders ha perdido muchas cosas con los años, la sutileza, la originalidad, el realismo. Pero sobre todo la credibilidad y la autoridad para bajar línea. Las intenciones son buenas: reflejar dos actitudes opuestas de los Estados Unidos ante los atentados, la comprensión progresista o la paranoia reaccionaria. Pero las resoluciones no pueden ser peores. El idealismo y la caricatura derivan en un paternalismo misericordioso y una sátira a mitad de camino. En ese sentido su cine no está lejos de Michael Moore o Spike Lee, incapaz de convencer más allá de los ya convencidos. La fotografía digital, las postales urbanas y las canciones con cierto aire de Radiohead son arreglos formales vacíos e insustanciales. Uno ya ha perdido las esperanzas con Wenders. Lo más grave es que no piensa hacer nada para revertirlo.