Drama en el que en una joven regresa a la casa de su padre profesor universitario y se encuentra con que está con una novia de su edad en Paris. La premisa argumental tiene algo de Ozu. Garrel acentúa ese proceso de depuración extremo en lo que podría ser una trilogía con La jalousie (2013) y L’ombre des femmes (2015). Películas en las que si bien los sentimientos siempre están en primer plano, se puede decir que hay una tendencia social más marcada. Muestran una clase media venida a menos, al borde de la mera supervivencia y la indigencia. Las profesiones de los personajes siempre están asociadas con el arte y lo intelectual, pero las condiciones en que las llevan a cabo son cada vez más precarias. Tal vez siempre fue así en el cine de Garrel, pero ahora cobra más visibilidad y sentido. Algunos momentos, frases, conversaciones: la indiferencia del novio de la protagonista cuando le dijo que se iba, la charla sobre el primer amor, la visita al ex para buscar las cosas. La sencillez de la puesta en escena se resume en pocos movimientos de cámara. Garrel siempre bordea el abismo: los intentos de suicidio, hablar del amor, los ataques de histeria no son placenteros en el cine de este siglo XXI. Aquí tenemos dos historias de amor con la relación paterno filial en el medio. La incorporación de uno de los más grandes colaboradores de guión de la historia del cine, Jean-Claude Carrière (desde la película anterior), no puede ser más oportuna. Nuevamente hay una voz en off, menos presente que en el anterior film, pero más resonante.