Comedia romántica en la que el dueño de una financiera divorciado se reencuentra con una novia de la juventud en Buenos Aires. Burman confirma la senda descendente de su cine que se inició en El nido vacío (2008) y se confirmó en Dos hermanos (2010), ahora con una incursión en la comedia romántica. Si todavía hay un poco de chispa en algunas diálogos y en la interpretación de Valeria Bertuccelli, el resto es pura complacencia, al borde de lo vergonzoso. Desde los personajes asquerosamente burgueses, pasando por el nulo peso de los secundarios que tratan de ser graciosos, las subtramas que no vienen a cuento, el product placement (Clarín, Direct TV, el casino de Rosario) y la cámara al hombro (karma del cine contemporáneo) que no merece comentario, hasta llegar a un último acto (que incluye un concierto de reunión, un partido de póker con un médico y una banda de rockeros judíos) que es la peor secuencia que filmó Burman por lejos. Burman podrá ser el único director argentino que estrena cada dos años, pero el precio que paga es demasiado caro.