Comedia surreal y fantástica en la que un joven con problemas para distinguir el sueño y de la realidad se muda a un departamento en Paris. Gondry por fin afronta un proyecto con guión propio y se beneficia de la ausencia del conflicto de intereses con Charlie Kaufman para que sus criaturas se muevan con mayor libertad. El film explora el límite de la niñez y adultez, de la amistad y el amor, del juego y la seriedad con una delirante imaginación visual y una melancolía de fondo. Hay brillantes ideas (que no necesitan de efectos digitales) como la visualización del interior de la cabeza del protagonista, las manos gigantes con las que no pueden trabajar o el programa de televisión educativo en la mente del protagonista. Y momentos tan bellos como delirantes como el agua que sale de la canilla con textura de celofán, la máquina del tiempo ficticia o el sueño de los protagonistas esquiando en la nieve siempre apuntados por el sentido del humor. Los únicos reparos que se le puede hacer (y no son graves) es que a veces Gondry es poco condescendiente con sus personajes por puro regodeo explicándole antes al espectador lo que ellos no saben y que el estilo visual de una espontaneidad fingida no oculta que en realidad está todo calculado. Gondry empieza a perfilar unas temáticas y una postura, no sólo una estética.