Cuento de terror en el que dos hermanos y una amigo son perseguidos por un camionero psicópata en las carreteras del medio oeste de los Estados Unidos. El relato se sostiene solamente por una atractiva premisa que recuerda a Duel (1971), pero interpela más al espectador por las moderadas dosis de estilización en las luces de colores de la fotografía, el dinámico montaje y la fotogenia natural de los paisajes que adornan el viaje de los protagonistas. No hay nada de la profundización en el retrato de los personajes, las reinvenciones de los modelos clásicos del cine de género o de ahondar en la crueldad y violencia de la historia que colocaron a John Dahl como algo más que efectivo artesano. Pero una vez que las cartas son jugadas (la voz del camionero que cobra demasiado protagonismo, las correrías y el secuestro reiterado de la chica), el film pierde interés hasta llegar a un clímax decididamente flojo. Sólo un plano sale de la norma: cuando los protagonistas se acercan a la pared del cuarto de hotel en el cuadro se refleja el relámpago de la tormenta mientras el asesino entra a la habitación contigua. Los dos asesinatos están resueltos en off visual. Al menos los personajes no tratan de decir frases ingeniosas y hacer chistes inteligentes, resultan funcionales al desarrollo de la historia. ¿Cómo encaja dentro del cine de terror contemporáneo acosado por la autocensura y la falta de ideas en Estados Unidos y la carrera de un John Dahl que ha espaciado su producción y entrado en la danza de los estudios? Como un producto modesto y efectivo que no molesta a nadie. Joy Ride es un film resuelto con excesivo profesionalismo y sobriedad que sólo logra entretener.