Aventura de ciencia ficción de animación en la que los perros enfermos y vagabundos son enviados a una isla abandonada de Japón en un futuro cercano. Wes Anderson vuelve a probar suerte con el cine de animación, pero ahora el formato parece más conforme a su estilo que en Fantastic Mr. Fox (2009). El nivel de detalle, el juego con la perspectiva, la utilización de los zooms crean un tipo de animación en la frontera de lo orgánico. A partir de la trama sería fácil decir que Isle of Dogs es su película más japonesa, pero sus habituales composiciones visuales simétricas exploran a fondo la concepción del cuadro oriental. Y permiten ver una de las grandes virtudes de su cine: la relación entre la quietud y el movimiento para generar humor, afecto y emoción al mismo tiempo. El perro es el animal más cinematográfico, ya lo sabemos, pero la historia no es infantil como podría suponerse (del totalitarismo a los inmigrantes ilegales), el problema es que no recibe mucho apoyo de los personajes fuera de la isla (la familia del niño que se escapó, el revuelo mediático, la sucesión del dictador, los fans inmediatos). Una vez que se cubre el arco narrativo de la búsqueda del tesoro perdido, la película queda un poco tuerta.