Film de animación en el que una adolescente en el cuerpo de una anciana se enamora de un mago que vive en un castillo ambulante durante una guerra en Europa en el siglo XIX. Miyazaki vuelve a sus fantásticas criaturas, al fascinante despliegue visual, al humor sutil e inteligente y al discurso humanista. Nuevamente se hace difícil poner en palabras todas las sensaciones que el film genera. Pero en comparación con sus dos anteriores trabajos, Howl’s Moving Castle carece de la misma consistencia narrativa. De allí que no tenga los absorbentes momentos surreales de Princess Mononoke (1997) y Spirited Away (2001). Quizá porque la historia de amor se pierde entre la brujería, los hechizos y un contexto bélico que en ningún momento sirve como refuerzo. La interpretación más sugerente del film sobre la sexualidad reprimida del siglo XIX (jóvenes que viven como ancianas, el hombre visto como monstruo) está apenas desarrollada y hay que rastrearla con lupa. También una pequeña decepción es la partitura de Joe Hisaishi sin la inventiva, la espontaneidad, ni un leitmotiv memorable de otras veces. Va haber que darle tiempo al film. Tal vez la proximidad con Spirited Away le haya jugado en contra.