Comedia en la que un director de cine recibe la última chance de realizar una gran película y se queda ciego en medio del rodaje en New York. Si alguno esperaba una sátira feroz a Hollywood como The Player (1992), que busque en otro lado. Allen en esta última etapa de su obra sólo está interesado en la comedia ligera y en la dinámica de los enredos. Ya casi ni los diálogos se lucen. Lo peor es la duración, 112 minutos, demasiado para Allen, porque las situaciones están estiradas y el dibujo de los personajes, salvo el del protagonista, es muy poco atractivo. Incluso David Mamet iba más lejos y hacía reír más con un material similar en State and Main (2000). Lo mejor es la extremadamente luminosa y colorida fotografía de Wedigo von Schultzendorff (el nuevo operador extranjero de Allen) y la resolución, con el único dardo mal intencionado que extrañamente no va a parar a Hollywood, sino los franceses. Eso sí, la película tiene tal vez uno de los mejores gags visual de la carrera de Allen en la escena de la conversación del periodista (cuando vemos caer al protagonista en el fondo del cuadro). El film no agobia con citas a directores, películas o actores. Sólo menciona a los maestros (Hitchcock, Fellini y Welles), los personajes se quejan de que no se estrenan tantos films extranjeros y hacen el chiste fácil del premio a la trayectoria a Haley Joel Osment. Woody Allen sigue perpetuando su imagen e impronta sin ánimo renovador. Su destreza y tranquilidad quizá sean apreciadas en el futuro.