Drama en el que dos amigos van a Argentina con la intención de conocer las cataratas del Iguazú y se quedan a vivir una temporada en Buenos Aires. Wong Kar-wai se confirma como uno de los más audaces innovadores y experimentadores de la puesta en escena. Toma recursos conocidos para llevarlos a otra dimensión. Los temas del film son los de siempre, la soledad, la separación, la incomunicación. Pero el tratamiento es una búsqueda constante de la belleza y la superación. Sobre la fotografía de Christopher Doyle se podría escribir un ensayo entero, con sus luces enceguecedoras, los objetos resaltados y las variaciones de colores y texturas. Basta decir que ella misma escenifica la sordidez de la relación de la pareja protagonista y su cambiante estado de ánimo. El uso de la música no se queda atrás: los tangos de Astor Piazzola, la bossa nova de Caetano Veloso, el rock violento de Frank Zappa y la joya final de una versión de Happy Together que nos lleva a la década de 1960. A la negación o la imposibilidad de la narración se imponen bellos momentos en que surgen imprevistamente como cuando el protagonista graba una cinta para el amigo. En el fondo lo que se plantea es la cuestión de dónde está el narrador o, más importante, quién es el narrador en este realismo abstracto. Si en sus films anteriores había un coqueteo con lo genérico y la distancia hacia lo narrado acababa en la hibridación, aquí la forma pura es la que se impone para componer uno de los films más bellos y fascinantes de la década de 1990. Tanto es así que parece una obra irrepetible.