Melodrama en el que un joven de veinte años se va a vivir al departamento de un hombre de cincuenta en Alemania en la década de 1970. Ozon recurre a una obra de teatro de Fassbinder primeriza (e inédita) para hacer una operación más de deconstrucción que de apropiación. Respeta la idea de no esconder el artificio de las mejores adaptaciones teatrales: la división de actos es la misma que la división de las escenas, las imágenes de las ventanas puntúan las transiciones, el número musical de los personajes de frente a la cámara rompe el verosímil. Si bien trata de indagar en las relaciones autodestructivas a partir de la dependencia, la crueldad y la humillación, lo hace con tanta distancia e ironía que el artificio se potencia. De allí los violentos cambios de ánimo de los personajes, la irreverencia de sus comportamientos y la resolución tragicómica. Ozon es un cineasta que hace de la imperfección el motor de su arte. Aún así conserva una seguridad en la puesta en escena, una concisión en los diálogos, una colorida fotografía y una autenticidad en las actuaciones que hacen la película aún más desconcertante. El film es un pequeño ejercicio de uno de los pocos autores contemporáneos que sabe como no tomarse en serio.