Drama en el que dos amigos se pierden en el desierto de Utah y no pueden encontrar la salida. Después de su excursión por Hollywood, Van Sant trata de retomar el camino de la independencia y de la experimentación extremando sus postulados visuales y narrativos. Por un lado el film puede parecer un ejercicio minimalista en el que la historia, los diálogos, los personajes y las acciones son reducidos prácticamente a nivel cero o nulo. Pero por otro lado los impresionantes paisajes, los prolongados travellings y ciertos hallazgos visuales llevan al film a otro terreno, el de la una experiencia sensorial de la que es mejor no sacar demasiadas conclusiones. Son tan pocas las explicaciones que da sobre la naturaleza de la relación de los protagonistas, el motivo de la expedición o el lugar y tiempo donde transcurre, que no queda más que el simple enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza como conflicto. Pero es la mirada distanciada, irónica y desdramatizadora la que se impone y nos deja aún más descolocados ante el sentido de la película. Hay que destacar cómo Van Sant congela el tiempo con el travelling de cinco minutos con los personajes caminando en primer plano o de perfil, con otro travelling, circular en este caso, seguido de un paneo de 360 grados, que captura un vacío total y, por último, con la fantasmal imagen de los protagonistas desplazándose sobre el suelo blanco. La resolución, con la aparición de la muerte y el regreso a la civilización, tampoco trata de decir nada en términos argumentales. El film es un experimento extremo que Van Sant necesitaba para limpiar su obra y comenzar de nuevo.