Mezcla de comedia y road movie en la que un periodista y su abogado viajan a Las Vegas en la década de 1970 sólo para drogarse y no respetar ninguna regla. Gilliam hace un retrato de la psicodelia de la década de 1970 en un film que podría calificarse como un manifiesto al anti sueño americano. El consumo de drogas es de todo tipo o color: cocaína, heroína, ácido y éter. Pero no cae en el tremendismo de Trainspotting (1996) o en la simple apología. Las tres secuencias de alucinaciones (los dinosaurios a la llegada del hotel, la guerra durante la carrera de autos en el desierto y el infierno en la habitación del hotel) están rodadas desde el punto de vista del protagonista. El film es un viaje de excesos, locura e irrespetuosidad hacia ninguna parte. Tiene un tono provocativo, pero en ningún momento es engañoso. Ya la primera escena muestra a un Cadillac en sentido contrario. Aunque cuesta acostumbrarse a su estética demente, la película descansa en sus personajes. El estilo visual de Gilliam utiliza los planos torcidos, es rico en pequeños matices y hace un recurrente uso de los espejos. Los personajes secundarios (la rubia tonta, el policía gay, el adolescente sin rumbo, los hoteleros insoportables o los clientes intolerantes) tienen un papel importante, resultan tan repulsivos como los principales pese a su apariencia normal. Las no situaciones del film pueden llegar a ser irritantes, más allá de algunos excelentes momentos cómicos (cuando entran al circo sin coordinación motriz) y dramáticos (la pelea en la bañera). Eso sí, la película tiene una llamativa asexualidad. Gilliam redondea tal vez el mejor film de su carrera.