Historia de amor fantástica y surreal en la que un hombre se somete a una operación de cerebro para olvidar a su ex novia en New York. El nuevo delirio salido de la mente de Charlie Kaufman, después de Being John Malkovich (1999) y Adaptation. (2002), tiene el aliciente de que Michel Gondry no es un director muy preocupado en ponerle un poco de orden. La propuesta es atractiva en lo narrativo (fragmentación y alteraciones temporales) y en lo visual (la combinación de fotografía granulada y simples efectos especiales). Pero no se sostiene afectiva y humanamente. Cuando intenta penetrar en la raíz de la relación se hace evidente el artificio. El problema es que al visualizar las escenas que se borran (peleas, discusiones, buenos momentos) se superficializa la relación. Al menos el film conecta lejanamente con la problemática del tiempo y de la memoria que tan bien han sido expuestas en las obras de Resnais o Ophüls, pero sin necesidad de artificio. Es que toda esta nueva generación proveniente del videoclip (Jonze, Gondry) no parece más que una reversión cool de la nouvelle vague. Algo que queda de manifiesto en la ruptura de la continuidad espacio temporal y en la utilización de los diálogos para romper la mimesis. Más allá de una peligrosa tendencia al montaje apresurado, Gondry logra componer imágenes bellas (la playa desierta, bajo las sábanas) e inquietantes (la luz blanca que ilumina la oscuridad, los rostros deformados). Eso sí las historias paralelas de la clínica de tratamiento y el triángulo amoroso entre Mark Ruffalo, Kirsten Dunst y Tom Wilkinson, no aportan mucho. Pese a que tienen estilos y procedencias similares Gondry no se siente tan cómodo con los guiones de Kaufman como Spike Jonze.