Drama en el que una chica judía trata de hacerse lugar como actriz en Londres en el siglo XIX. Desplechin da un salto gigante en su obra, ya sea por el rodaje en inglés, por el protagónico femenino exclusivo o por el retrato de la época victoriana. Recursos no le faltan: el tono literario, la seguridad de la planificación y la inserción de la música resultan impecables. El acercamiento que hace a la historia es arriesgado porque el personaje de Esther es un poco apático y por momentos desagradable, porque la elección de Summer Phoenix para interpretarlo es poco convencional y porque la larga duración (155 minutos) puede parecer excesiva. Pero el film es igual de fascinante que sus otros trabajos. De a poco la película se convierte en una indagación de la actuación como un modo de juego en la vida real, como una forma de libertad o como una manera de que todo sea nuevo. Hasta tal punto que es imposible distinguir el personaje de la persona. Al igual que Assayas en Les destinées sentimentales (2000), la referencia para hacer films de época sigue siendo Truffaut. Para que lo clásico sea moderno, menos es más. Tal vez la historia de amor y celos esté poco explorada y el personaje de Fabrice Desplechin resulte poco convincente y estas fallas terminan afectando el resultado final. Pero gracias al gran aporte de Ian Holm como un actor veterano que da clases o la intensidad de algunos momentos en el detrás de escena que transmiten todo el miedo antes de salir al escenario, el film no decae nunca. Desplechin es uno de los directores más personales y valientes de su generación. Su futuro parece enorme.