Drama en el que un guardaespaldas escolta a todos lados a un ministro en Buenos Aires. Moreno explora una idea, la de la vigilancia en segundo plano. La ejecuta con rigor y determinación, pero no termina de aprovecharla al máximo. Vienen a la mente muchos estilos y directores: la contemplación del cine asiático (Tsai Ming-liang), la elegancia de Jim Jarmusch en Ghost Dog (1999), la patología interior de los films de Scorsese (la cruz que tambalea en el auto) o el retrato de personaje de L’emploi du temps (2001). Pero Moreno agrega un sentido del humor subterráneo, tal vez demasiado soterrado para salir a flote, y una trama policial sobre el final, con el protagonista a punto de estallar y un intento de asesinato, que no logra ensamblar del todo con la idea principal. De lo que sí saca provecho es de la actuación de Julio Chávez (cuesta pensar en otro actor que pueda soportar el peso del film), de una planificación segura desde el punto de vista casi omnisciente del protagonista, de la utilización de la música diegética en la escena del restaurant chino, de la potencia expresiva del foco, el encuadre y el objetivo y del sonido de la ciudad para reflejar el estado mental del protagonista. Moreno realiza una película audaz y precisa, que establece un tono y explora una idea. Lástima que no puede salir del encierro en que se mete.