Cuento de terror en el que la esposa de un notario se convierte en el objeto del deseo de un vampiro en un pueblo cerca de Transilvania a fines del siglo XIX. Dario Argento se suma a la ilustre lista de directores que adaptaron la novela de Bram Stoker (Murnau, Browning, Fisher, Coppola) para rodar tal vez la película más clase B de toda su filmografía. Lo que no está mal a estas alturas, habida cuenta del agotamiento que acusa su estilo hace más de 20 años y de la imposibilidad de regresar al tipo de cine que hacía al inicio de su carrera. Pero también considerando que la película no es más que un torpe intento de aplicar la tecnología del 3D a la clásica historia del vampiro. Argento hace un film pequeño, casi minimalista, que lleva el relato a sus componentes básicos (sangre, sexo, los desplazamientos). Más allá de que reduce considerablemente la trama, la reconstrucción de época es apenas funcional, los efectos especiales acusan deficiencias, la fotografía satura los blancos y el efecto tridimensional carece de variantes, el film no carece de atractivos. Visualmente es lo más cerca que Argento ha estado de la estética de Mario Bava en el uso de los colores y de los encuadres. Algunos apuntes delirantes como la aparición de un insecto gigante y la presencia de Rutger Hauer como un Van Helsing heroico no pueden ser más oportunos.