Drama en el que un actor famoso en decadencia regresa a un pueblo de Montana donde filmó hace 30 años y supuestamente tiene un hijo. A primera vista, puede parecer un retorno de Wenders a los temas y los ambientes de Paris, Texas (1984), pero comparar ambos films sería una verdadera injusticia. Wenders conserva su particular visión de la América abierta y dispersa, y una fascinante capacidad para fusionar afectivamente las imágenes y la música. Pero la mirada desconfiada y satírica hacia los personajes no es la misma. Es como si Wenders siempre los mirara desde arriba. Al no compartir sus búsquedas, el impacto emocional queda restringido y las meditaciones espirituales suenan artificiales. Es que Wenders no puede ser al mismo tiempo crítico y conciliador, misántropo y humanista, moderno y contemporáneo, o independiente dentro de la industria. La que sería la interpretación más abstracta del film, los fantasmas del pasado que el protagonista se crea para justificar su ruina del presente, queda abolida por la resolución conciliadora. No es novedad que Wenders perdió el rumbo después de la década de 1970. En este caso, pese a todas las fallas mencionadas, realiza su mejor trabajo de ficción en mucho tiempo.