Cuento de terror en el que un adolescente tiene alucinaciones con un hombre vestido de conejo gigante en un pueblo de California en 1988. El film navega entre el relato de iniciación, el slasher fantástico, la ciencia ficción especulativa y las variaciones del drama y la comedia hasta destruir todo encasillamiento de género fácil y convertirse en una auténtica rareza. Hay algo en el debut de Richard Kelly que recuerda al manejo del espacio, de la planificación y del relato de John Carpenter, a los climas extraños de los pueblos pequeños de David Lynch, a la utilización de la música, el ralentí y el humor sutil de Wes Anderson y a la idiosincrasia y libertad narrativa de Paul Thomas Anderson y David Fincher. Lo que no hace más que confirmar la inteligencia de un director primerizo que no aturde con efectismos baratos ni busca moralinas bastardas. En cierto modo Donnie Darko revitaliza ciertas convenciones del género: el protagonista se convierte en víctima y asesino al mismo tiempo, la familia (dentro de la discreción y compresión) no es la causa de su padecimiento, el fantasma (un conejo maldito) sólo afecta su comportamiento. El film transforma a la escuela en un auténtico castillo del horror porque coarta toda la iniciativa y es incapaz de fomentar el cambio. Kelly redondea una ambiciosa película que bordea los abismos de una mente perturbada.