Precuela de The Exorcist (1973) en la que el padre Merrin encabeza una misión arqueológica en el este de África en 1947. Entre la muerte del primer director previsto (John Frankenheimer), la extraña elección de Schrader para hacerse cargo proyecto, el posterior reemplazo por Renny Harlin para refilmar todo desde el principio y el estreno de las dos versiones por separado, se ha hablado más de lo que pasó fuera de la cámara que del film en sí. Igualmente resulta un ejercicio revelador ver como dos films con el mismo guión y el mismo equipo técnico pueden ser tan diferentes. Desde ya que no había dudas que la versión de Schrader era mejor, más seria, más introspectiva, más reflexiva al tratar el tema del poder del diablo en la mente. Aunque lejos de sus mejores trabajos sobre el pecado, la culpa y la redención, Schrader se las arregla para hacer uno de los films de terror más cerebrales e inteligentes que ha dado Hollywood en mucho tiempo. La particular visión de lo demoníaco (capaz de sanar el maltrecho cuerpo de un chico poseído, pero incapaz de liberarse de la culpa y sus traslados de manera tal que todos puedan sentirla) es uno de los puntos fuertes del film. Esta precuela nunca se propone ponerse en el lugar del original y confirma la radical independencia de Schrader.