Thriller en el que un doble de riesgo retirado persigue a un grupo de mujeres para matarlas con su auto en Texas. Luego de un blaxploitation, Jackie Brown (1997), y del pastiche de géneros de Kill Bill (2003–2004), Quentin Tarantino revisa los films de autos y las películas psicópatas de la década de 1970. Lo que podría suponer una reducción aún mayor de su universo cinéfilo o un mero compromiso del proyecto Grindhouse deviene una revelación de un cineaste más maduro pero igualmente delirante. Ante todo, Death Proof tiene la capacidad para crear grandes personajes femeninos a partir de pequeños detalles (la carnalidad de Vanessa Ferlito, la relación de Sydney T. Poitier con su celular y la pasión por los autos de Zoë Bell, la canción que canta Mary Elizabeth Winstead con los auriculares puestos) que sugieren unas historias y unos deseos personales nunca explicitados. La película tiene dos ideas brillantes: los mensajes de texto que intercambia S. Poitier y la persecución de autos en la carretera en la que los modelos modernos de autos sólo molestan (es un momento donde chocan dos mundos y Tarantino deja claro su preferencia). No como una celebración de lo retro o lo vintaje, sino de esos momentos en los que el pasado surge para darle más sentido y significado al presente. Queda poco lugar para hablar de la banda sonora, pero no podemos dejar de mencionar algunos hallazgos del soul más oscuro y la inclusión de rock british de la década de 1970. Death Proof tal vez sea el film más bello y alegre de Tarantino, a la espera de su incursión en el género bélico.